invertir en ciencia, tecnología, innovación y conocimiento debe ser el compromiso de las presentes generaciones

El Gobierno del presidente Gabriel Boric se ha trazado una meta ambiciosa para que, al término de su mandato, el país llegue a un gasto del 1% en investigación y desarrollo (I+D) del producto interno bruto.

Es un salto importante considerando que Chile, desde 2007, nunca ha superado el 0,38% del PIB año en este ámbito, siendo el segundo país con menor gasto en I+D de la OCDE, ubicándose sólo por sobre Colombia y muy lejos del promedio de 2,5% de los países que componen esta organización.

Ahora bien, fijarse esta meta no es solo una cuestión de carácter económico. Implica también la construcción de un relato nacional que asume que, para salir del subdesarrollo, no podemos seguir haciendo lo de siempre. Por el contrario, debemos arriesgarnos a poner al conocimiento en el centro de nuestro modelo de desarrollo.

Ese relato nacional debe integrar, al menos, cuatro elementos:

Primero, debemos resignificar el concepto de gasto en I+D. No estamos haciendo un gasto, estamos invirtiendo en el futuro de nuestro país. Este sutil cambio es esencial porque permite evidenciar que la ciencia, tecnología, innovación y conocimiento (CTIC) generan beneficios a largo plazo más que un retorno inmediato. En este sentido, es importante modificar nuestra orientación temporal, tal cual lo hicieron en su momento otros países que hoy son líderes en conocimiento.

Segundo, esta inversión no es solo para las universidades. Suele pensarse que el incremento en I+D significa acrecentar los presupuestos de las universidades y beneficiar a un grupo -aparentemente privilegiado- llamado «los científicos».

Esta idea habitual olvida que cuando invertimos en conocimiento abrimos oportunidades porque sus resultados pueden aplicarse a la educación de los niños y jóvenes, mejorar las tecnologías y procesos para las atenciones de salud, fortalecer nuestra gestión socioambiental, potenciar emprendimientos de mayor valor agregado donde el empleo es mejor remunerado como también poner satélites en el espacio, entre muchos beneficios económicos, sociales y ambientales.

Tercero, invertir en CTIC es una prioridad. Suele argumentarse que “nuestro país tiene otras necesidades” y qué duda cabe de que Chile tiene temas urgentes que resolver y así lo ha sido por más de 200 años. Sin embargo, es la idea recurrente de las urgencias la que nos ha impedido ser capaces de mirar hacia el futuro. Si comparamos la inversión en CTIC con otros gastos, no logramos advertir que hay involucradas dimensiones distintas.

¿Puede competir la inversión en conocimiento con un programa de apoyo al desempleo? No puede competir porque apuntan a fines distintos. Por otra parte, ¿debe competir? Tampoco, porque la inversión en conocimiento no busca resolver el problema del presente inmediato sino generar las bases para una sociedad sustentable del futuro; no se comparan peras con manzanas.

Cuarto, la inversión en CTIC es más que ciencia. Este nuevo relato debe considerar que la cooperación debe ser el nuevo estándar para nuestra sociedad. Solo será un éxito la inversión en CTIC cuando el Estado, academia, empresas y sociedad civil se sientan parte responsables de este proyecto país.

Sin duda, es menos riesgoso para las empresas importar tecnología probada, para el Estado resolver las urgencias para atraer votos, para la academia seguir dentro de sus campus y la sociedad civil lidiando con sus problemas cotidianos. En síntesis, para todos es menos riesgoso hoy pero poco rentable para el país en el largo plazo.

Finalmente, debemos comprender que invertir en ciencia, tecnología, innovación y conocimiento debe ser el compromiso de las presentes generaciones para que las futuras puedan tener un país mejor para todas y todos.

ANDREÉ HENRÍQUEZ
DIRECTOR EJECUTIVO DEL CENTRO TECNOLÓGICO DE ECONOMÍA CIRCULAR